29 octubre 2006

Guinea Ecuatorial y España

España descubrió la posibilidad de abrir otra página en las relaciones con Guinea Ecuatorial, basadas en “una mayor confianza y madurez” al decir del ministro Moratinos, especialmente en los campos de la concertación política, la cooperación para el desarrollo y el fomento de los intercambios económicos. Tan importante hallazgo merecía una visita a Teodoro Obiang, no de uno sino de dos ministros. A Moratinos lo acompañó López Aguilar y un selecto grupo de empresarios de los sectores petrolero, turístico, agroalimentario, pesquero y financiero. Los movimientos hacia la democracia del dictador ecuatoguineano equivalen al cero matemático. Pura parálisis. La miseria de la población permanece inmutable a pesar de la riqueza petrolera, cuya renta va a parar especialmente a cuentas personales de Obiang y familia. No obstante, Madrid encontró indicios esperanzadores porque Malabo convocó elecciones para el 2008, aunque las garantías para la oposición brillan por su ausencia. Obiang cambió completamente la composición de su Gobierno el pasado mes de agosto “porque no había materializado su política social”. ¿Otro buen síntoma? España apoyó el nuevo proyecto político de “modernización” y realizó un gesto que salió mal pero que el dictador valoró bien. El pasado mes de diciembre, el Consejo de Ministros revocó el estatuto de asilado al opositor ecuatoguineano Severo Moto, amigo del ex presidente José María Aznar e implicado en varios intentos del golpe de Estado contra Obiang. Y digo que salió mal porque el Tribunal Supremo decretó la suspensión cautelar de aquella medida.

Las relaciones entre España y su antigua colonia africana estuvieron marcadas por tres características principales a partir de la independencia en 1968, comandada desde la metrópoli por el almirante Carrero Blanco. Primera, la intervención descarada en los asuntos internos de Guinea Ecuatorial, e indirectamente por medio de testaferros y aventureros sin escrúpulos. Segunda, el recurso a dictadores que facilitaran los negocios, desde Francisco Macías hasta el sobrino que lo fusiló y le arrebató el poder en 1979, el mismísimo Teodoro Obiang. Escaso éxito hispano, puesto que los dos terminaron recurriendo a otros socios extranjeros para entregar las riquezas del país a mejor precio, especialmente en el caso de Obiang. Tercera, un tradicional oscurantismo informativo de la prensa española sobre la vida social, económica y política de Guinea Ecuatorial, que llega al extremo de encogerse de hombros ante las sospechas de la participación española en alguna intentona golpista, frente al exterminio de los bubis o la persecución de la oposición política.

Cuando en las costas de aquel país apareció (en 1991) una de las mayores reservas petroleras de África, Repsol quedó fuera del reparto, pero allí entraron a saco compañías estadounidenses y la francesa Total. Tras Nigeria y Angola, Guinea Ecuatorial se convirtió en el tercer productor africano de petróleo con reservas calculadas en 2.000 millones de barriles. Todos los gobiernos españoles han intentado abrirle espacio a Repsol. Por las malas, José María Aznar en compañía de Severo Moto, y ahora por las buenas. Por este motivo (la defensa de negocios privados que algunos confunden con el interés nacional) la estrella oculta de este viaje a Malabo fue el ilustre Antonio Brufau, presidente de Repsol, empresa con fama de ejercer el filibusterismo energético del siglo XXI. No nos cuenten fábulas sobre la “concertación política” y la “cooperación al desarrollo”, ni insinúen la existencia de transiciones democráticas formato marroquí o peores. Pamplinas. De esta espectacular visita a la ex colonia sólo quedó un fuerte olor a petróleo.

Rafael Morales

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